A Kenta hacer sus tareas le parece aburridísimo. Por lo tanto, decide gastarse todos sus ahorros en un robot que pueda reemplazarle. El robot debe ser tan parecido a él que nadie note la diferencia, pero para eso, necesita conocer en profundidad al niño. Kenta le proporciona un montón de datos sobre sí mismo: su nombre, su dirección, su edad, cómo es su familia, su físico, sus gustos, lo que puede o no hacer... A veces, el niño no sabe cómo continuar o quizás el robot necesita más información, y anima a Kenta a seguir indagando en su interior, ese espacio que solo él conoce y al que solo él puede acceder. Y, aunque parezca solo una lista de datos y más datos, encontraremos varias pequeñas reflexiones sobre el «yo», además de una conclusión que desata carcajadas, que nos hace ver que somos únicos.